![]() …y además estamos dispuesto a hacerlo. A hacer todo cuanto la gente se ha quedado esperando, y todo dentro de nuestra Constitución, ni más cerca ni más lejos de sus límites, simple y llanamente, dentro de la misma. Por más que nos tilden en los medios de comunicación públicos y privados, de ultra derecha, está en disposición de hacerlo, pues, no son los “media” quienes marcan nuestro camino. Es España. Cuantas calificaciones recibamos de unos y de otros, siempre en el mismo sentido, no serán más que la prueba de que hablan por hablar. Tal vez en busca de la grandilocuencia que demuestran ser incapaces de conseguir en los números de aquello por lo que ellos se rigen: el share Yo no sé si nos llaman de ultraderecha por defender el derecho a la vida (¡qué recuerdos!), de todos, y no sólo de quienes comenten delitos de sangre y muerte al compás del terrorismo. No sé si nos llamarán de ultraderecha por defender la familia, por exigir un Justicia cierta que se lleve todo ese dinero que se pierde por la Suiza de Bárcenas o la Andalucía de Chaves, Griñán y Susana, o la Andorra de los Pujol… No sé si habrán leído nuestros Estatutos, esos que fueron aprobados entre todos y en el que la defensa de la Unidad de España ocupa el primero de sus principios. Los mismos Estatutos que piden a voces una reforma de la Ley de Partidos y de la Ley Electoral. Los Estatutos de un partido, #VOX, que se nutre del dinero de sus afiliados, y que dice lo mismo en Cataluña que en Canarias, en Valencia que en Lugo, en Bilbao que Almería. Exactamente lo mismo. Nos llaman de ultraderecha para asustar, la información es lo de menos, porque si quisieran informar medirían sus palabras al hilo de esos mismos Estatutos que se ciñen estricta y precisamente a nuestra Constitución y su más férrea defensa, frente a quien a deambula por el Congreso amagando y nunca dando habiendo sido ese su juramento ahora hace tres años. En #Vox podemos, y esa posibilidad la tornamos en obligación: debemos. Debemos porque hay que amparar a nuestras víctimas, no hacerlas público invitado al espectáculo negociado del sucumbir de nuestro Gobierno al interés bastardo de una banda terrorista, al albur de una imposición europea que muy bien podían haber tirado a la misma papelera que tiraron su propio programa electoral. Debemos, porque hay que acabar con tanta subvención a unos partidos políticos que casi nunca devuelven lo que les es prestado. Debemos, porque ya está bien de cortinas de humo y de propuestas de última hora, cada vez que el olor a elecciones y a urnas comienza a enervar a la mayoría. Debemos por todo eso y mucho más. Por encima de consignas gubernativas, para que no se hable de #VOX en los principales medios de comunicación españoles, o porque se hable de nosotros para vestirnos con ropa que no nos pertenece. Debemos, porque los principios que decidimos estatuir entre todos, sin más imposición que la de nuestra propia voluntad, quedaron huérfanos en España de quien ¿gobierna? asediado por la corrupción de los suyos, acobardado por su propia inoperancia ante los intentos secesionistas catalanes, rendido ante quienes le ganaron a él la batalla contra ETA, e impotente ante una oposición que sólo entiende el derecho a la vida de los terroristas, pero no el de quienes tienen su vida expuesta al capricho de una decisión ajena. Ahora parece que ya ladran…
0 Comentarios
Estoy a favor de la reforma de la Constitución, por supuesto. Pero ¿ahora? ¿Por quién?
Vivimos un momento que no invita a ello. Un momento de desazón y desconfianza en la política que no parece el más idóneo para afrontar semejante tarea, que debiera derivar en el documento que nos rija a todos los españoles durante las próximas décadas. Los políticos se han encargado de fomentar tal estado de cosas. España está demasiado revuelta, demasiado pendiente de puertas de juzgados que reciben y despiden a los susodichos que son los mismos que andan pidiendo una reforma constitucional para la que se ofrecen gozosos. Otros se niegan a la misma, tal vez, por miedo a un nuevo statu quo que les pudiera desmontar el chiringuito del que viven y se nutren hasta el hartazgo que nunca llega. ¿A quién, de entre tanto corrupto a izquierda y derecha pues, entregar la Constitución para su reforma? Los distintos órganos jurisdiccionales están excesivamente condicionados por el dedo que les nombra; los partidos políticos corruptos hasta lo inimaginable; los españoles, con cierto sentido de la responsabilidad como tales, desconfiados de los llamados a reorganizar todo lo que se entienda que deba ser retocado, porque tales responsables no van a llegar sin consignas ni exentos de predisposición. Demasiados intereses creados... A eso habrá que sumar que el sentido del consenso no vive su mejor momento para saber por dónde empezar. Porque hay que revertebrar el Estado para reducir gastos; hay que redefinir nuestras leyes electoral y de partidos; hay que reformular hasta qué punto la financiación debe ser objeto de continuas evaluaciónes y renegociaciones en función de las necesidades de las mayorías para continuar en el machito. Hay que saber qué queremos que sea España, con respecto a nuestro pasado en el aspecto nacional, mirando a los víctimas y sus verdugos, y nuestro futuro poniendo sobre la mesa nuestro verdadero valor geopolítico para todos aquellos organismos internacionales con los que mantenemos una expresa interdependencia. ¿Estamos en condiciones de dejar todo en manos de quienes actualmente ocupan el Gobierno y la oposición española, escaño a escaño...? ¿Hay alguien entre todos ellos con verdadera y limpia voluntad de llevar a cabo tal tarea con la ecuanimidad global que exige el caso? Quizá sea cuestión de limpiar primero el panorama. Poner en manos de la Justicia cuantos medios vienen siendo requeridos por la misma desde hace años, además de una buena dosis de no injerencia en su proceder y resolver. Para que tras la pronta resolución del excesivo número de casos vigentes, los españoles nos relajemos y comencemos a recuperar la confianza en todos esos mismos que en tal forma han mantenido a España, hasta llevarla a los peores índices de corrupción de Europa en estos últimos años. Si eso ocurre, entonces sí, seguramente sea el momento con el pueblo sosegado, de ofrecerle la Constitución nueva o reformada que merezcamos. Mientras, me permito concluir, ante tanta duda, que ni es el momento ni me parece que los responsables llamados a tal honor estén en la disposición a la que apelo, y por ello me reitero, reforma de la Constitución SÍ, mas (en minúscula y en mayúscula) ahora NO. Llega a dar vergüenza este bendito país llamado España.
Y da vergüenza empezando por esos adalides y abanderados del reproche y el desafecto a lo que se deben, que viene en seguir llamándose España. Bien está que se quejen, que griten y pataleen. Que reivindiquen desde la consecución de unos escaños europeos fruto del desencanto. Era previsible porque, ante situaciones como la que vivimos, el desahogo ha de surgir, rebosar por alguna parte. Pero ¿esto...? Esta sinrazón invertebrada, sin un solo cartílago siquiera que la sustente. Este personalismo sublimado hasta lo peor de la idolatría en política, que es aquella que se apoya sobre la nada de un pueblo sin rumbo ni esperanza, testigo de mangoneos mil, todo esto no vislumbra más que pesares entre quienes tenemos la historia como referencia y ejemplo de lo que evitar o reiterar sea cual fuere el caso. No Podemos España, no, no Podemos. Es mentira. Es la incoherencia en favor de tres o cuatro que, a saber qué o cómo, buscan llegar hasta donde ahora están aquellos que pretenden despoltronar, con el pueblo, falso y engañado garantes, como testigo para ellos de lo pretendido, y cómplices, al fin y a la postre, del resultado de lo urdido en las aulas de una Universidad reconvertida en cloaca del peor de los excrementos: la pretensión de someter a un pueblo con la coartada de que el pueblo así lo quiso, como si el pueblo supiera... Ni un minuto más Podemos. Ni un segundo más debemos atender falsas ofertas de igualdad a las que ellos mismos, por más que nos las vendan, jamás se someterían. Una pregunta ¿cuántas veces les oísteis hablar de España? Un pueblo, una nación, una patria no se levanta fomentando lo que la resquebraja, la desune Nada de eso. España ha de partir de sí misma, por sí por entera. España debe llenarse la boca con su propio nombre, su historia, la fe en su propia esencia que siempre la mantuvo entre las naciones fuertes. Sin embargo, todo esto que hoy vivimos no apunta más que a un desastre anunciado por los principios en que se fundan. Los mismos principios que hace décadas llevaron a otros a su propio desastre en el que perviven y que ahora nos ofrecen, como en su momento fueron ofertados a ciudadanos que, entonces sí, carecían de lo que hoy no tenemos excusa: saber qué pasó y hasta dónde llegó. No Podemos, ni debemos tampoco confiar nuestro principal poder político, nuestro voto a quienes a diario nos zambullen en este espectáculo bochornoso para quien ama a España, viendo a los políticos más tiempo en los juzgados o jugando al ping-pong del "y tú más" que ejerciendo su labor, como si algún español atendiera ya explicación alguna de semejante caterva de irresponsables del deshonor causado a España. Es hora de renovar España, de abandonar a quienes ya están más que amortizados y a quienes esconden lo que realmente pretenden, y dejar hacer a aquellos que, por todo primer principio, tenemos la unidad España y la dignidad de nuestros conciudadano. Es hora de recuperar el sentido de nuestro deber hacia nuestra Patria, por mal que nos esten viniendo dadas, para que en el futuro más próximo posible podamos haber vuelto a reconstruir una España que sintamos de verdad, sin ambages y con todo orgullo, profunda y enormemente nuestra. |
Autor Antonio Palomar García (13/02/1969). Archivos
Agosto 2023
|