Muchos se han apuntado a la moda de experimentar con España, de hacer de España la mesa de pruebas en Europa de lo impuesto en otros lares. No es otra la intención, jugar con España a los experimentos con la excusa de no sé qué concepción de la democracia y la libertad.
Y así, los mismos que se llena la boca con su supuesta representatividad de la Patria, repudian su bandera, aplauden cuando no fomentan la ruptura de su unidad y despotrican hasta lo agresivo contra todo el que o lo que no esté de su parte, o no necesariamente contra el. Que te llamen fascista comienza a resultar jocoso viniendo de quién pueda provenir el pretendido insulto. Gentes que insultan alentados por otros "superiores", que se presentan como los nuevos ingenieros de la teoría, cuando con semejante y demostrado desconocimiento de la génesis del fascismo, merecerían ser tildados de alquimistas de la demagogia y la palabra barata y fácil. Las probaturas, pues, llegan bajo el anuncio de un resultado previsible: llevar lo flexible más allá del extremo de lo razonable. Y eso no es aceptable por rebasar lo ética, social y hasta lo políticamente compresible, léase, v.g., posicionarse facilitando la tarea a la ruptura de la unidad de aquello que se espera que defiendas, es decir, España. Toda una nueva concepción de la política que tiene en la incongruencia el fundamento de su ideario o, al menos, así se colige de sus actos. Es momento, entonces, de corregir, de tratar de evitar que el ímpetu de nuestro hartazgo, antes que nuestra propia razón, sea lo que guíe nuestra decisión. A tiempo estamos. España, en fin, ha de mostrar y demostrar que su experiencia democrática le ha servido y sirve para superar urgencias como la actual, y ser Ella la que se ofrezca a ser intervenida en pro de sí misma y no contra sí. La patencia de su Historia requiere hoy de su presencia
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Mucho andrajo, mucha mala pinta, mucha reivindicación de lo que en su momento tuvo, eso, su "momento", su instante más o menos prolongado, y poco más.
Así es la cosa, que lo clásico volvió otrora y volverá a resurgir por sí y por necesidad. Porque lo clásico, lo de siempre es lo que llama a reaccionar a los reivindicantes. Y este es el panorama que vivimos en esta España que, cuando se muestra vulnerable y se torna voluble, entregada al modelado "al gusto", se vuelve exasperante, desesperante, hasta el instante en que decide hacer de la reivindicación cosa propia, reivindicación de sí misma, y regresa al clasicismo que la mantuvo durante siglos, y del que todas esas exaltaciones de lo otro forman parte queriendo o sin querer ("allí donde crece el peligro, crece también la salvación", dijo Hölderlin). No se trata de renunciar a la moda, sino más bien de aprovechar cuanto de bueno la innovación ponga en nuestras manos. Cierto que el aire nuevo y fresco es necesario, pero no cargado de extraños humos que inhalemos adheridos de toses y esputos que terminen salpicando al propio pueblo de España. Consiste la inefable actualidad en hacer rehaciendo, esto es, seguir construyendo sin, necesariamente, renunciar a casi nada. Recomponer, restañar y evitar que falsos velos resucitados de otros tiempos y lugares pretendan erigirse en la base y guía de nuestro sistema de valores. Esos por los que su defensa, ajena a cualquier radicalismo, surge a pesar de todo etiquetada por conceptos más adecuados para el que los proclama que para aquel a quien se le imputan. Con todo, la defensa y prevención de todo ello requiere compromiso hoy, o mañana Dios sabrá qué, si permanecemos impasibles al continuo desfile de lo inane, constituido en lo que pretende decidir lo que España devenga a ser en próximos tiempos. Es, de este modo, que entiendo que, España será si lo es ahora. |
Autor Antonio Palomar García (13/02/1969). Archivos
Agosto 2023
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