Esta convivencia por conveniencia que se venía produciendo en Cataluña desde hace, redondeando, unos cuarenta años parecía no responder más que una estrategia basada en ir esperando el debilitamiento gradual de la Patria madre y aguardar el momento oportuno para ponerla en el peor de los bretes, hacer parecer a España la culpable de todo y la generadora de la obligación de la ruptura. Así, se ha esperado la crisis económica oportuna; el continuo y progresivo acobardamiento de los gobiernos de turno, ya fueran de supuestas izquierdas o derechas, incapaces de echar el freno desde La Moncloa; la aplicación “simulada” de la Constitución; el inflado de las arcas propias a costa de las de toda España; la sonrojante actitud de los mismos gobiernos españoles ante sus ¿socios? europeos, incapaces de obligar a devolvernos a tanto golpista cobarde huido para ponerles a disposición judicial. Súmenle, además, quizá lo más llamativo, un poder legislativo que durante año tejió el inmenso esparto legal con el que se fue auto-maniatando y se autoanulandose a la hora de actuar contra los propios peligros que le fueron dictando lo que tenía que hacer para no hacer nada. Cuarenta años, pues, una Nación gobernando y legislando contra sí misma, contra su unión, contra su integridad, caso único en el mundo que llaman avanzado. Y ahora, muchos, reclaman que se actúe cuando durante años se entregaron a los brazos del nacionalismo catalán (y vasco), concediendo cuanto les pidieron, control de cárceles incluidos, con tal de mantener el escaño y el colchón en La Moncloa. A cambio, como decía, la convivencia era conveniente. Mas lo conveniente dejó de serlo, porque les llegó su hora y había que evitar asumir posibles costos de nuevas crisis, muchos 3% que tapar, y comenzar a hacer efectivos los acuerdos nunca escritos a finales de los 70 y principios de los 80 de dibujar la frontera que ninguna verdadera explicación histórica trazó entre España y Cataluña, porque la Republica, esa Republica, nunca existió ¡idiotas! No había más convivencia que fingir, por más que fueran menos los que no la querían que los que luchan por ella porque Cataluña también, ni en mayor ni en menor medida, es su tierra. Y si para finiquitar la convivencia había que hacer de la violencia física, psíquica o social el instrumento a utilizar, no hay problema, se usa porque les legitima lo que hace tiempo parece que no nos contaron, para que todo pudiera continuar según lo previsto: demasiado café entonces para todos que, seguramente, también pagaron los mismos. Y ya lo han expresado, ante la indolencia más vergonzosa de quienes les debían callar, en unos de esos parlamentos que jamás debieron existir y que, a la vista de los acontecimientos, se crearon para ello: continúan en el camino de la ruptura y se erigen como promotores de otros rompimientos embriagados en su propia impunidad. Así como aquella vieja Yugoslavia o como la felizmente extinta Unión Soviética, la disolución de España la permitieron poner en marcha al amparo de los deseos de los de dentro, en busca de su pequeño califato, y de los de fuera, empeñados en reventar Europa haciendo entrar por España todo el sobrante de otras naciones, al albur del cuento de la solidaridad internacional, valiéndose de dirigentes títeres llegados hasta La Moncloa nunca en condiciones normales: atentados previos, mociones de censura con apoyos despreciables, etc., etc.. Llega pues el momento más trascendente de nuestra Democracia en el siglo XXI: los de siempre, para que todo siga su camino de traiciones excusadas en extraños eufemismos que digan que no es todo lo que realmente esta siendo, o aquellos que sin ambages, sin rodeos, sin mácula de corrupción o deudos de la justicia, reclaman la España Siempre apoyándose en la España Viva de cuanto patriota aún lucha por apartar de una vez nuestra Patria de todas aquellas manos bastardas.
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Autor Antonio Palomar García (13/02/1969). Archivos
Agosto 2023
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